viernes, 6 de agosto de 2010

Kuro destroza el tiempo (p)


Kuro es fiel, con la fidelidad del que sabe que podría estar con otro.

Kuro no entiende de cámaras de fotos, ni de correos electrónicos ni del ipc previsto ni de la competitividad basura. Entiende de olores, los míos, de cabezazos y ronroneos y de piernas entrelazadas siempre en la misma cama. Y entiende de miedos y huídas pero sabe que solo todo es peor.
Kuro aprendió la pereza, la inconstancia, la falta de rutinas. Y aprendió que las bolsas no eran monstruos, que los ruidos a veces no quieren decir nada. Olvidó que los libros dicen que los gatos odian los besos y un día decidió que su cabeza necesitaba un segundo beso, que agradecer la comida sabrosa le hacía feliz.
Kuro ha podido despertarse de una siesta sin sobresaltos, sin la cara vigilante, solo con un bostezo felino y una pata que se extiende a mi cara, que reclama mimos y compañías.
Ahora ya son solo las siete y media de otro día estival más. Kuro duerme. Un macho humano joven exhibe su fuerza y habilidad a una hembra que le sigue el juego. Solo queda una decrepitud lejana y una vida fuera que ya no es la mía.