lunes, 17 de junio de 2024

Celia (homenaje II )

Tuve suerte de crecer entre mujeres. Mi padre me decía de niño que siempre estaba en las faldas de mi madre. Y recuerdo con orgullo ese rellano de mi madre, Pilar, su amiga del alma, y Elisa, buena y acogedora. Allí se hablaba siempre de las cosas importantes, que es el compartir sin competir. Aprendí sin saberlo que los eternos masculinos no merecen la pena. Luego estuvo Emiliana, otra imprescindible en la vida de mi madre, que te daba aquel cariño desbordado y gritón y que en un rapto un día dejó de hacer café para siempre. Y la tía Isabela, maga de niñxs, que te hechizaba con su sonrisa. Con ella no cabía la brusquedad. Y Aurora, que fue siempre su referente.

 Creo que estaba con mi madre porque así se podía estar con las mujeres, donde todo era más fácil, más amable, donde la tortilla de patata era lo crucial y no ganar un partido de fútbol. Me desesperaba que las mujeres se retiraran a recoger y fregar después de la comida. Las sobremesas se tornaban aburridas. Todavía sigo sin recoger ni fregar después de mis comidas como acto de protesta íntimo.

Mi madre me enseñó la palabra, las ideas y la libertad. Y aquí sigo repartiendo sermones en un continuo maternal que me apasiona. Siempre decía con orgullo que le gustaba mucho leer. Siempre pensé que como tantas otras no nació en la época adecuada. La imagino de abogada, política, periodista o ardua polemista, platónica sin saberlo, con su castellanismo militante de pocas concesiones.

Fui muy feliz con ella, hablando, criticando, discutiendo como fieras si hacía falta. Hasta intercambiamos nuestros votos sin darnos cuenta de que quizá solo lo hicimos por amor, aunque lo revistiéramos de razón. Porque eso era ella, la reina de la razón.

Te eché de menos hace mucho, pero me has vuelto a regalar compartir la dureza del tránsito, cogidos de la mano e intentando abrir puertas que tú no podías y yo no debía. Me has hablado de gente de Rojas,  Bureba, Briviesca, Burgos, que repetías en bucle. Y he aprendido de nuevo a esperar gracias a ti, porque cada uno tiene sus ritmos. Fue divertido que me confundieras con el zapatero, que luego me enteré de que era un golfo pero buena persona, y crucial que me dijeras que los labios pintados me sentarían muy bien. Me has regalado compartir tus miedos y tu soledad.

Animula, vagula, blandula, todos los besos son para ti.

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