viernes, 5 de julio de 2024

Los machos no dejan morir

El teléfono sonó a las dos de la madrugada un viernes día del orgullo. La temperatura había subido. La muerte llegaba. Medio dormido de ansiolíticos y antidepresivos, caminé casi sin sentir. Fumar, un brazo pesado y el andar demasiado lento. Al llegar, el patriarca sonreía como siempre pensando en sus espíritus y sus informaciones de Babia. Después llegó el psicópata, león enjaulado de odio y demonios. Emitió un gruñido. Ya en la habitación comencé a sentir, llorar y besarla. El patriarca le posó las manos y emitió su ceremonial 'ya está, tranquila, todo va a ir bien'  de converso beatífico. El psicópata solo miró. 

Me senté a su lado y le cogí de la mano. No di opción y ellos respetaron o aceptaron. Al marica que nunca fue niña le conceden el espacio del sufrimiento. Y entonces empezaron a hablar. Los machos no dejan morir. No recuerdo de qué hablaban, sé que me sumé y me uní al disparate. La respiración era más lenta. Entró la enfermera y la temperatura subía. Había largas apneas. Ellos seguían hablando, ya de temas triviales. Le cogía de la mano, se la acariciaba, los machos seguían hablando y el marica se sumaba. 

Recuerdo implantar silencios para ver si se había ido. El patriarca se acercaba y sentenciaba la vida. Se volvía a sentar y seguían hablando. Casi no la vi dejar de respirar por sus voces, pero sentí su mano fría y su boca quieta. "Creo que ya está" supongo que dije. El patriarca se acercó, dejando por fin de hablar, posó sus manos de sacerdote y sentenció "todavía hay vibraciones u otra palabra sacrificial". El psicópata reclamó a la enfermera que certificó el final. 

Todo fue natural, me abracé a su cara y le devolví todos los besos que me había dado en aquellos días y sentí demasiado para los machos.  Salí por los pasillos llorando hasta llegar al aparcamiento y poder estar solo, llorar con desgarro como los machos no soportan. Les hubiera dicho que se fueran, que dejaran su tranquilidad paternalista para sus muertos, que no mancillaran más los míos. 

El patriarca salió a buscarme. Creo que me dio un abrazo y musitó algo como qué te ocurre. Ocurría todo: los años de soledad, de diferencia, de ser una familia de cuatro y no de cinco, de tener que separarse para respirar, de engaños, menosprecios y encima quererte, quererte porque no queda otro remedio, de ser el muysensiblequizámaricaquevinoderebotealqueledejaronelpuestodelasmujeres. Le contesté es que quiero estar mal. Calló y noté ese respeto de la incomprensión que te deja más solo todavía.

Entramos al cuarto donde se espera al burócrata del que se agradece su impasibilidad. El patriarca empezó a contar sus experiencias de autocuración, sus regresiones de santuario de Dodona. Al menos no habló de la posibilidad de su libro. Se le veía orgulloso, henchido de santidad y añadiendo con aplomo que cada vez había más información y apelaba a sus científicos creyentes. Caí de nuevo en el juego de machos y dije que la ciencia había de ser contrastable y que también había científicos cristianos. El psicópata se revolvía. No me sumé nunca a sus palabras y a sus intentos de ridiculizar al patriarca. El león enjaulado no sabe que de tanto estar metido ya no sabe escapar ni dar miedo, solo zarpazos que aumentan la distancia insalvable. Salí a fumar varias veces. Me dolía la cabeza no por el dolor sino por las palabras que nunca cesaban. Los machos no saben de silencios ni de cuidar, ni de acompañar, solo de imponer su no ver a nadie. 

Por fin llegó el burócrata, de una frialdad reconfortante, datos, fechas. Los machos no saben el nombre del abuelo materno, ellos solo saben de negocios fraudulentos. El marica sí. El psicópata señala qué nombres raros tenían. Pienso que significa pacífico, estoy a punto de decirlo, pero los machos no quieren sutilezas ni referencias a su ignorancia. Solo saben robar, desde dinero hasta almas. Por fortuna me callo. Ataudes, flores, y elijo recordatorios. Mínimo espacio para ella. No digo que le gustaría. Omito todas las referencias personales que se me ocurren. Los machos se pierden en lo personal, lo desconocen. Siguen las cuestiones comerciales, dos tres días, horas. El capitalismo empieza con lo absurdo de no se puede si no pagan. La ansiedad sube y el dolor de cabeza y el desprecio a los tres, a los machos y al burócrata. El patriarca despliega sus habilidades comerciales, sus puertas de atrás para el viaje al planeta prometido. El burócrata hace mínimos gestos, amagos de incomodidad en voz baja.

Cuando por fin todo acaba y el burócrata se marcha, miento al patriarca de que la ansiedad contenida es por los trucos del funerario en los que él es maestro. La ansiedad es por el desprecio que les siento.

Marcho a casa solo andando, llorando por fin a gusto. Me siento en un banco, fumo y lloro. Más distancia, más desprecio, más soledad.

Son las seis de la mañana. Los machos no saben morir.

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