viernes, 27 de marzo de 2009

La distancia afectuosa

"Nosotros, los de entonces..."

Oigo conversaciones de estudiantes y ya definitivamente me suenan manidas, gastadas, sin interés. Sin embargo siguen produciéndome ternura. Estos cachorros en construcción son algo más que un juego de brazos y piernas incomprensible, incoherente y contradictorio. Son seres agradecidos que te buscan aunque no te entiendan. Sospechan que tienes razón aunque su fuerza les lleve por otro camino.
Cada día soporto menos a los profesores, esos seres grises que se convierten en dioses de la miseria. No entiendo que no se conmuevan ante el desvalido. No entiendo que no muestren sus debilidades, que no miren de frente al que es poco menos que ellos.
Nunca se juega la autoridad en la relación profesor-alumno. Ellos saben que la tienes. Solo tienen que notar que el jefe de la manada se preocupa por ellos. Casi ni hace falta quererlos, solo apreciarlos.
Como todos cuando nos sentimos débiles, solo quieren que no los dañen. Deseo su amor, su adoración, pero solo se dañan a sí mismos cuando me dañan a mí, cuando rompen el sagrado pacto de entender que la vida solo es un gran sistema de posibilidades.
La distancia afectuosa es el triunfo.

sábado, 21 de marzo de 2009

Día del padre (p) (In nomine patris)

La pregunta es: ¿estás legitimado a no querer cuando te han hecho daño cierto y te han dado casi nada de lo que tú querías? La respuesta es no si se trata del padre.
Da igual que haya sido ausente en lo emocional y nulo en lo afectivo, aderezado por una negatividad educativa.
¿Estás legitimado a no querer a tu pareja si nunca te ha dicho te quiero, ni siquiera cuando te conquistó? No, si se trata del padre.
A pesar de todo me empieza a conmover la voz del anciano. No por la presencia cercana de la muerte y por tanto de la mía, sino por sentir que la malquerencia va pasando. No quiero pasar al perdón ni a la comprensión y menos al amor filial. Solo puedo conmoverme y es suficiente.
Lo empiezo a sentir como ajeno y propio a la vez. Y quiero no sentir ninguna responsabilidad emocional hacia él. Solo quiero volver a actuar y fingir que hay un buen hijo. Creo que ya no deseo revancha, pero no quiero entender sus razones.
Exijo el derecho a no ser comprensivo, a ser solo un mísero tolerante.
No puedo comprender el asco al diferente, la mirada turbia al amor entre hombres. Y sin embargo me obligaron a sentirlo en carne propia. Nunca odié a los homosexuales, solo me odié a mí mismo. Siempre los defendía, nunca me quería.
No elegí oír insultos de la boca de mi padre dirigidos a los maricones sin saber que yo lo era.
No me obligaron a matar una parte de mi vida, eso lo hice yo. Pero todos los demás me enseñaron cómo podía odiarme. Ellos inventaron las palabras. Yo solo las oía.
No inventé tener que sentirme agradecido porque las personas que me quieren aceptan mi homosexualidad. Es asqueroso que la gente te quiera a pesar de ser gay. Es repugnante que un alumno te diga que el amor entre hombres es anormal y luego te quiera aunque sepa que eres maricón.
A pesar de todo te pones en lugar del otro, puedes escindirte en dos cada día. Puedes perdonar a tu padre si algún día se entera de que a su hijo le dan por el culo y pesar de todo te quiere.
Sigues viviendo en doble fila, expuesto a las multas y a la sanción social. Pero nunca tendrás derecho a aparcar en primera fila. Solo podrás circular libremente, visitar palacios, besar la mano a reinas, pero tu coche siempre estará en doble fila.
Quiero tener derecho moral a no perdonar, a no olvidar.
Soy feliz y no me destruye la ira. No la tengo. Pero quiero tener el legítimo derecho a sentir deseos de venganza, como lo tiene el padre al que le han asesinado un hijo. Mataron una parte de mí y crearon un sistema en el que nunca podré ser una persona completa.
Reivindico el derecho moral a no querer a mi padre porque nunca me dijo te quiero.

lunes, 9 de marzo de 2009

Your song (p/np)

El presente a veces renueva el pasado y por fin lo llena de sentido y pasión. Me vienen a la cabeza diversas canciones, todas ellas con tufo ñoño, pero que explican el amor y el desamor en esta educación sentimiental que me tocó vivir.
Lo conocí en un chat hace seis o siete años. El tiempo da igual. Nunca fui bueno para los datos concretos, para los recuerdos detallados, sí para las emociones y sentimientos desbordados. Me enamoré como siempre lo hago, sin medida, control o barrera. Esta vez fui correspondido, aunque no como yo quería. No era un problema del otro, sino mío: buscar más allá de lo que pueden darme. Sin embargo, fue mi historia de amor más bonita del mundo, un amor que todavía perdura en soledad.
Solo me siento en plenitud en los aledaños del amor, rodeado de goces y miserias. Aprendí a quererme, a desearme y a tener a mi dios abrazado en el sofá bajo la manta de la felicidad plena. Con él nació mi adicción a la sonrisa y al abrazo. Consiguió que volviera a sentirme inmortal y que el sida fuera una broma macabra de la que solo hablaba mi médico.
Viví todos los tópicos del amor y vomité todas las penas negras de las que un adolescente en cuerpo de treintañero es capaz. Cometí el error de pensar que 16 años de diferencia y sus veinte recién estrenados no eran nada. Viví su amor pensando que iba a ser infinito cada día.
Pero el amor se acabó, se le acabó. Sufrí como no lo había hecho nunca, ni siquiera cuando me dijeron aquello de "primero te bajan las defensas, luego las enfermedades oportunistas y luego, ya sabes...". Fue igual de intenso en ambos casos: la sensación de inmortalidad explotaba. Con el sida se me moría el cuerpo de verdad; sin Javi tener vida me daba igual. Pero la pérdida amorosa fue más larga en el tiempo, dos años quizá para tener controladas las emociones, no para hacerlas desaparecer.
Y el regalo llegó un sábado por la noche de hace nada, de nuevo en el chat aunque ya solo como los ex que buscan sexo por distinto lado. Él acababa de sufrir una ruptura amorosa . No puedo evitar que me duela cuando a él le duele, que sufra cuando lo abandonan aunque yo siga enamorado. Es como si el corazón se escindiera entre mi yo enamorado y mi yo amical. Reconocí en sus palabras la locura del desamor, los lloros que no se pueden controlar, los reproches ridículos, el análisis desaforado de lo que hizo, sintió, pensó; la lógica que se retuerce hasta convertirse en la máscara del horror inalcanzable.
Y en esa locura surgieron palabras dulces hacia mí, las palabras por las que hubiera matado en nuestros tres años de relación: tú eres el que más me ha querido en la vida, qué mierda que el amor se acabe. Es verdad que no dijo eres al que más he querido en mi vida, pero su descripción del dolor cuando me abandonó lo sugería.
Para alguien que valora la pasión en función de lo que da es la mayor declaración de amor posible. Le di las gracias por lo que me había dicho y creo que sintió que tenía una deuda conmigo, una deuda de silencio en aquel pasado cuando yo le pedía palabras. No entendía, no podía, no sabía o, lo más crudo, no sentía.
El regalo llegó y acabó esa historia tortuosa de inseguridades, las mías. Lloré y seguí con el porro liberador, disfrutando de cada lágrima y de cada calada, desnudo y lleno de amor como hacía tiempo. Ya no quería sexo. Los habitantes del chat eran nuevamente una masa informe sin sentido.
Post data emocional: han pasado quince días y sus promesas no se han cumplido. Los regalos no deben extenderse.