sábado, 27 de junio de 2009

Kuro y las siestas

A Kuro, mi mejor acompañante de soledad

Me gustan las siestas con Kuro. Me gusta su afición a demandar el contacto con la piel, a que su pata, su cabeza o su cuerpo tengan que posarse necesariamente en mi pierna, brazo o costado. Me gusta descubrir que él también abre un ojo para mirar si sigo ahí, o que el sueño le acompaña cuando está conmigo. Me gusta despertarnos e ir a buscar a la vez nuestra comida.
Pero sobre todo me gustan las largas siestas en la cama. Me gusta compartir la sensación de pérdida del tiempo, de vaciedad necesaria y de espacio único y exclusivo para nosotros. Kuro se deja acariciar sin sobresaltos y me obsequia con su lengua tierna y cuidadosa. Me incluye en sus rituales de limpieza y me da pequeñas coces de compañero.
No se aparta nunca y siente como yo que no hay peligro, que no hay necesidades, ni urgencias, que todo nuestro universo se reduce a ronroneos y sonrisas. Sé que lo humanizo en la medida en que él me feliniza. Pero esa es la magia de nuestras siestas: no me importan sus pelos extendidos por doquier como a él no le importan mis perfumes innecesarios. Solo necesitamos sentir nuestra carne junta, pegada como un nuevo animal que descansa y no llora.

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