miércoles, 8 de septiembre de 2010

Envolturas y desvolturas

El cliente acudía al intercambio seguro y tranquilo. Solo había ilusión y una pequeña inquietud desbordada por la realidad. No distinguía ya a su antiguo amante, aquel que pobló de verdades anales su amor. No sabía casi qué quería, un amor burgués sin complicaciones, un compañero intenso de piso que colmara sus soledades humanas o una pasión anticuada que le dijera que la decrepitud era solo un vuelo nocturno.
Pero el ceremonial añejo se repitió: celos innecesarios, cariños desviados y una sensación de no pertenecer a ningún mundo. Músculos novedosos, sonrisas atípicas y la escondida lanza de su triunfo trigémino. Se despidieron como tantas veces con la promesa vacía de algo más, con las palabras cruzadas para solo uno, con la esperanza de un ritual menos dañino para su espeso corazón.
Volvió tuneado de alcohol y vapores, ávido de sexo compensatorio y revanchista, con un sueño hipnótico de reparaciones infantiles. Animó su tarde con las piedras recién compradas en un mercado sin transición. Había podido organizar su vida con la apariencia de orden difuso que solo da el caos. Pensó en acariciar una tarde de miembros olvidados y enhiestos y eligió la vía de la ternura comprada.
Sonó el teclado a acercamiento disparatado. Se desvivió por añadir una secuela más a su afán de novedades y extravagancias gastadas y jugó al amor desigual. Por un momento creyó en la pausa salvadora, en las palabras corregidas de un acento sonoro y funcional. El cliente creyó adivinar en sus pectorales promesas de una vida entre interrogantes y construyó otro Edipo que investiga su destrucción.
El dolor de la pérdida volvió; el dolor de un pasado sin remisión, de andar a tumbos sin saber elegir, de cruces de cromosomas distinguidos. Leyó sus palabras como un evohé cristiano y sentenció que no dañar era peor que no vivir. Recolectó todos los gestos que le daban un último impulso y lleno de ira empática abrazó una foto sin imagen profética.
El cliente susurró que era la última vez que abría el frasco diminuto y desvistió su cuerpo y su alma podrida para aquel que nunca querría salvarla.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Eres raro pero me gusta lo q escribes y eso q no lo entiendo demasiado...
Eso de "y eligió la vía de la ternura comprada." es tan... no se... La ternura no se vende, asi q el q piensa q la compra no sabe q se la dan gratis. Aunq sea un chapero quien te la da...
Oscar

Ocala dijo...

Me gusta que te guste y no te preocupes demasiado por no entender, la mayoría de las veces será problema mío, no tuyo. El que escribe tiene las claves (o eso cree) y el que lee no tiene por qué tenerlas o puede ver otras cosas que el que ha escrito ni ha sospechado. Lo importante es el juego de comunicación que se crea.
Es verdad que la ternura no se compra, solo se puede recibir, no demandar, pero ahí está el juego de miserias, de contradicciones, de lo que los demás son capaces de dar o recibir y lo de menos es que sea chapero, albañil o profesor.