lunes, 20 de septiembre de 2010

Jesus Christ Superstar versus Dionisos (p) (versus=hacia)

De niño me sabía todas las canciones en inglés y en español e imitaba aquellos gritos imposibles de Jesús y las dulces palabras de María Magdalena. Lo cantaba todo y creía entender esa historia de abandonos y pasiones contenidas. La dejé en mi olvido y la situé en el cajón de pecados de juventud. Pensaba que en el fondo no era más que un salto mortal con la red situada al amparo de un cristianismo más o menos modernizado.
Ayer, un domingo de películas, vapores, desconfianzas en el amor y en el sexo volví a verla, treinta años después. No retenía casi ninguna imagen, aunque las canciones fluían en el recuerdo con bastante exactitud. Se me mezclaban las canciones en español e inglés y empezaba a entender la fascinación que tuve.
Pero me encontré con un mundo diferente, una película gay con un homoerotismo latente y patente. Vi a un Judas negro enamorado de Jesucristo, a María Magdalena llorando por renunciar a un amor impuro, un vestuario dispuesto a entrar en un cuarto oscuro o glory holes. Oí a Jesucristo demandando presente, placer, bienestar; desconfiando del futuro como Horacio, llorando por su vida terrena y despreciando la divinidad. Recordé lo que sentía de niño y no entendía, lo que suponía experimentar un amor sucio, la demanda imposible, la crueldad del padre que te lleva a la muerte en cada negación. Y me acordé también de Dionisos y todos los vapores me hacían ver a aquel Superstar como un mito del amor, del amor sexual reprimido por la burda tradición. Imaginé a Baco danzando desnudo con un Cristo semidesnudo solo para mí. Y canté con Herodes por la frivolidad y con Pilatos por ese sexo desperdiciado.
El mito se construyó perfecto, sensual y lascivo.

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