sábado, 4 de octubre de 2014

Crímenes de lesa humanidad (I)

Ahora que mi padre vive en 1998, se ha instalado veinte números más allá de su residencia oficial y ha tenido el gusto de olvidar los gobiernos de Aznar y Zapatero, puedo recordar que nunca fui un niño malcriado, mimado, en definitiva, querido. Nunca me regalaron una muñeca, ni un globo de helio de precios imposibles y colores fascinantes. Nunca me trajeron con sonrisa y sorpresa una manzana de caramelo y cuando mi deseo pidió un fuerte de indios ávidos de sexo, obtuve un ajedrez al que nadie sabía ni quería jugar.
Sabía, sentía que era un niño no querido. Recibía la aprobación social porque no molestaba, pero en casa trataban con amable recelo a aquel niño guapo con cara de niña, blando, al que no le gustaba jugar y quería hablar de cosas que a nadie interesaban. Ensayé hasta los cuatro años el disfrute de los sentidos. Epicuró me envidió. Después de los cuatro adquirí la certeza humana de que yo no era como se debía ser, al menos en esa querida familia...

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