sábado, 6 de septiembre de 2008

San Carlos de la Rápita. 5 de septiembre de 2008 (p)


Me acabo de cruzar con unos ¿árabes, magrebíes, musulmanes? en el ascensor. Eran dos hombres (ninguno respondía al mito erótico personal) y esperaban a sus mujeres y su prole. El joven tenía cierto morbo solo por su edad y piel. Me han dicho con abierta sonrisa y amabilidad si subía en el ascensor y les he contestado con una sonrisa más amplia si cabe que todos no cabíamos.

Enseguida me ha entrado la duda de si habrán pensado que no iba con ellos por racismo, aunque creo que el turista, pese a la mala fama que tiene en círculos intelectuales, es la solución para los males de los enfermos de patria. No he percibido miradas de desprecio ni desconfianza generada por una presunción racista o xenófoba. Simplemente había cortesía, por su parte y por la mía. Qué más hubiera querido que entrar en aquel ascensor lleno a rebosar y pegarme contra el cuerpo del adolescente.

Ahora solo espero que el galante joven sepa comerla bien, que sea por fin una historia con añadidos: el ruido del mar, que venga a mi habitación del hotel donde lo espero desnudo, que tenga la boca caliente. Efectos de los psicotrópicos, benditos ellos y la moderación.

Bendito: “lo bien dicho”, sin religión (“re-ligare”: unir constantemente, sin remisión, al estilo de la mitología clásica, hígados devorados por toda la eternidad). Bendito porro.

En otra habitación la adolescente malgasta el tiempo, lo ensucia más bien y no lo sabe. Yo lo malgasto a medias: estoy escribiendo cuando el mar está bravío, pecado de estupidez. Pero así es la decisión y el placer, y el proyecto: escribir, fumar, sol, playa desierta.

No lo malgasto, aprendo. Aprender lo desaprendido: recuperar la joven que sí leía, que escribía, tenía inquietudes (let’s talk about when we were kids and we thought there was nothing we couldn’t achieve. Then years passed by and blindness arrives. Now we need something else to believe…). No necesito nada más en lo que creer sino sentir lo que sentía ahora ya que soy el que quiero ser. Construirse, quizá.

Entre los turistas, el otro casi siempre se ve como una oportunidad, no como una amenaza. Se crea el campo del placer compartido, donde los dos son diferentes y no pasa nada. Solo existe escuchar el mar y ponerse cachondo, como estoy haciendo. Solo queda desear que eso se prolongue para siempre, y que todos los días puedas encontrar a alguien a quien amar o follar, o eliminar por unos días las caras de siempre en el reino que no existe pero que reconforta.

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