martes, 30 de septiembre de 2008

Cuánta soledad tengo de ti, tierra mía aquí y allí... (p)

Por eso triunfan los nacionalismos y las religiones, por la soledad. Cuando solo crees en las personas y poco más, cuando estas ya no están, la soledad se hace difícil de reivindicar. Cuando vuelven las punzadas, olvidadas, no previstas, cuando aparece en un teléfono, en el messenger y no puedes rezar, ni cantar gol, ni amar a la patria, cuando solo te embelesa el culo de Nadal, entonces viene la soledad, pletórica, mortífera, sanguinaria.
Sigo una conversación, escribo, fumo, veo la tele a la vez y cada parte tiene su mundo, su contenido, su diálogo en soledad. La televisión pierde, no en horas (ella es la ganadora), sino en cierto tapiz al que se le hace poco caso. Pero después no hay nada, ni su brazo fuerte pelirrojo, ni su culo intenso, ni su sonrisa que lo valía todo.
Cuando ya no hay emociones primeras, ni propias ni ajenas; cuando ya no sabes qué forma de amar te gusta, entonces solo hay eso, soledad.

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