Los ánimos, las esperanzas diversas, las luchas de poder sentimental hacen de la aspiración por la libertad casi un juego de palabras. Cada uno espera lo que espera y pide lo que pide y el juego del yo y el tú se sitúa demasiadas veces bajo las botas de una exigencia macabra y desigual. El yo se hace redondo, inmenso, casi totalizador y sitúa al tú como responsable único de sus desgracias.
Uno busca, desea, actúa. Uno enseña y otro aprende. Oigo voces que nadan en la autocomplacencia. Tanto el ignorante como el sabio describen su desgracia como producto del otro. Pocos parecen asumir la náusea o el placer de la libertad. Todos encuentran su solaz en la podredumbre ajena, en la irresponsabilidad distinguida. Veo a profesores nefandos arrastrar sus miserias, ignorancias, su falta de valía por las cabezas de alguien que existe a su pesar. Observo a alumnos que deciden sumergirse en la estupidez social, en la renuncia a ser, en el baile de vencedores y vencidos.
Me gustaría describir a unos como sabios consecuentes, transmisores entusiastas de la autoconciencia y a otros como cachorros deseosos de recibir armas de libertad eternas. Pero demasiadas veces retumban los caras oscas de cien ojos en el exterior y bálsamos putrefactos en el interior.
viernes, 13 de noviembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario