lunes, 7 de diciembre de 2009

Egos demasiado conscientes

Me inculcaron demasiado el respeto al otro, la mirada obsesiva de lo que deseaba y prefería. Imagino que es difícil encontrar el equilibrio, pero siento demasiadas veces ser un guiñapo sin gustos ni capacidad de afirmación. Me sorprende que el egoísta use su apisonadora sin atisbo de compasión, que todo sea un juego de fuerzas donde las reglas cambian al antojo de otros y que la protesta comedida cause admiración e incluso indignación.
Pensaba en lo sencillo de las relaciones humanas basadas en la inocencia, en la igualdad, en la asunción de pactos solo de dos. Pero todo se corrompe cuando la capacidad de cosificación es grandiosa, cuando alguien se cree más eterno que los demás, más sublime.
No me quedan otros caminos que los del aislamiento. Tampoco renuncio a las miradas cálidas, aunque prefiero las marcadas por el mercantilismo.
No desdeño ni recelo con amargura, solo constato que la carga me es injusta, que no quiero ser partícipe de la desaparición de los lazos humanos de la cultura. Me siento bien en la lejanía porque la mayoría solo quiere posar sobre mí la pesada zarpa de su yo.

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