Atenazo recuerdos de amores, vacíos vitales que se amontonan en el estómago. El sueño, la música, un cigarro me acompañan en esta danza de las pérdidas. Retuerzo mis dedos en un intento de conservar algo más que sus miradas dulces, sus sonrisas que prometieron no abandonarme. Podría escudarme en la bonhomía, en la condescendencia de sus palabras, en el largo baile de aquellos a los que no quise.
Poco importan aquellos a los que no quieres. Descubres el horror de que perteneces a ellos, de que no hay nada especial en tus ojos infantiles. Recolecto gestos amistosos, lascivos, casuales, gestos de preocupación tribal, gestos comerciales de simpatía. De poco sirven, de poco valen cuando la silla permanece vacía, cuando el timbre no anuncia nada de lo quieres.
Reviso sus caras, algunas secretas, otras demasiado públicas y dolorosas. Reviso por qué se fueron o por qué nunca podrán estar. No despertaría nunca para saber que el vacío en mi cama tiene que ver conmigo, que sus músicas no son las mías, que su amor no pasó de accidente.
Las canciones tristes no me acompañan. No es un lamento, es constatar que los otros nunca serán en ti. No quiero futuros sino pasados renovados. No tengo fuerzas para la locura, no puedo dejarme llevar por el desvarío. Solo es una mañana más, una mañana no poblada de calles nuevas, de esperanzas previsibles.
Ya no me quieren y da igual que algún día me quisieran. Solo queda esperar a que el sudor se agote, a que las piernas decidan actuar, a que sus brazos me suelten y descubra sin dolor que nada se puede cambiar.
miércoles, 22 de julio de 2009
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