jueves, 13 de agosto de 2009

La felicidad en Amsterdam (y III) - Voldenpark (p)


¿Qué es ser feliz en Amsterdam?
Fumarte un porro en el césped de Voldenpark con un lago al lado con sus patos y su garza fumada y los animales que se te acercan amistosos y de fondo suena una música hindú con su familia y unos holandesotes al lado hablando un holandés muy propio y un adolescente de pectorales incipientes emerge con sus amigos y al fondo, siempre al fondo, tu camarero guapo del café Vertigo, rubio, discreto, bellísimo, de dulces formas, masculino, con su chaqueta gris y su bicicleta y su sonrisa de escándalo y el que al final te devuelve dinero para que puedas usar la tarjeta (no se puede y tú no lo sabes).
Y el ánimo se te esponja. Vuelves a disfrutar, el caparazón seco de tu sitio en la vida se resquebraja, se va humedeciendo y notas cómo cae, cómo tienes otra piel más suave y nueva con la que puedes sentir de nuevo. Todo es diferente, sencillo, acogedor. Piensas que tu vida no te gusta, que te apasionas de casi nada que no sean afectos humanos y aquí vuelves a reencontrar los sentidos de lo artificial.
La dignidad y humanidad de Amsterdam es que todo ha sido inventado, creado y a eso se dirige el homenaje, al hombre como eje desnaturalizador y por lo tanto amable, educado, cortés, liberador. Soy humano porque puedo hacer lo que quiera sin sentir miedo. Puede reinar una garza loca en el estanque artificial y parece que todo el mundo es feliz. Parece que la armonía es posible y la tienes al lado. Alguien te pregunta mientras habla por teléfono qué haces y tú le contestas que escribiendo sobre Amsterdam-de dónde eres-España-ah!-tú?-imposible de entender-perdona-sigue con lo tuyo. Y tú escribes y él habla por teléfono y bebe cerveza, mucha cerveza y unos niños pasan por delante de ti.
Y los policías se paran y ayudan a un conductor que ha montado un atasco. No sale de su coche y ellos se meten debajo para sacar la lata. Y la larga fila de coches no se queja, solo un par de despistados; y los guardias no se ponen nerviosos, sonríen y piensan que quizá haya que intentar que la fila se mueva y les indican que hagan un poco de maniobra. Y los coches se mueven apacibles y empiezan a desfilar y de repente el coche causante del atasco se ve liberado y echa marcha atrás y la fila le deja. Y los policías se montan en sus bicicletas y se van.
Y te vas quitando el miedo a que el policía te vea fumar, al coche que no te deja ir tranquilo por la calle, a que no pueda encontrar lo que quiera, a que siempre haya un portero de hotel al que saludar (aunque no sea tu hotel). Siempre hay alguien dispuesto a ser amable. Es el balneario donde vivir una vida normal de ensueño donde tú eres siempre el protagonista y el placer es elegir el sitio para desayunar, las tiendas que ver, los cafés y terrazas para descansar, donde la única preocupación es: quiero encontrar una novedad y, entonces, cuando te has perdido un poco y has seguido a un chico guapo, te encuentras con un centro de intercambio de experiencias artísticas, con vistas a la calle y unos ordenadores monísimos. Y piensas que quizá haya otro mejor.
Y por fin te sientes húmedo por dentro otra vez, disfrutas viendo, inventado historias sobre la gente que ves, raptas conversaciones con tu lengua de bebé. Y sale el sol y se nubla y se acerca el perro y se va. Y aquí todo es mejor porque es novedoso, diferente, anónimo; pero podrías imaginarte viviendo aquí o que tu ciudad fuera como esta. Y sientes que para lo último no hay tiempo, que te trasladas aquí ahora o nunca.
Y eres feliz seguro una semana. La cáscara sale, se reblandece, todo se vuelve lento, amable, artificial, humano.

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