martes, 26 de mayo de 2009

Paucus

Solo quiero abrazarme a tu pecho y llorar. Busco el silencio de la soledad, de las palabras partidas. No deseo el contacto con humanos, solo tus dedos dentro de mi boca que hagan callar mis gestos absurdos. No compartiré el sexo salvaje, solo tu miembro duro que me haga olvidar dónde estoy.
Te miraré y esperaré otra vez tu sonrisa que se dirije a todos. Procuraré habituarme a la derrota, al compromiso de estar solo hoy y siempre.
Me desdigo en mares de incertidumbre. Quiero desnudarte y cerrar tus ojos, empezar a odiar este mundo de gentes que hablan y siempre esperan algo a cambio. Descuidé mi soledad y la llené de fuegos de artificio.
Solo espero que me abandones de madrugada, que me enseñes a despreciarte y a querer que todo vuelva a ocurrir. Navegaré lejos, huyendo de nadie entre vapores y humos para comprobar que el niño soberbio tenía razón.


domingo, 24 de mayo de 2009

Antonella

No sé cómo se generan los afectos, solo sé que duelen: las disimetrías, las desconfianzas, los distintos niveles del ego desolador. Da igual el discurso. Las palabras suelen convertirse en juegos desvastadores de poder. Cuando te piden que mires al otro te piden que te anules.
He acampado junto a los campos minados, he urdido trampas de bienestar, he mostrado la sonrisa perversa de la bondad. Ahora solo busco la soledad reparadora. No quiero cigarros compulsivos mientras alguien quiere ganarte, mientras alguien quiere hacerte rehén de su ego cadenario.
Desprecio las palabras libertad, compromiso, respeto cuando nacen de la garra comprensiva, esa que quiere convertirte en garfio mimético. Bebí de los labios de los seres orbiculares, pero sin desafiar a los dioses. Quiero fundirme en uno sin hilos de vuelta, quiero ser el monstruo que pasea buscando por Laberinto al otro que es igual a mí. Pero sé también que la mitología no se construye en la verdad.
Esa tarde la amé. Amé también todos los cuerpos que se me ofrecían sin reparos, aquellos sexos que caían seducidos uno tras otro por mis palabras. Ella me amó. Vestía su traje sacrificial y me alejé sin remedio. Fui Eneas odioso por creerme un dios. Elegí, erré y me fui por el camino de la gloria.
Recuerdo aquella caballera rubia, aquellas palabras trágicas embutidas en un pantalón ajustado, esas manos masculinas que quizá me reclamaban. Me escabullí de la excitación de sus torsos, pero solo la quise a ella. Volé en nuestra imaginación a los territorios del vos y deseé ser para siempre icono del saber y del sexo.
Solo hubo un beso, una cintura, un cuerpo rotundo amagado entre mis palabras como dardos. Convertí otra vez la vida en literatura indigna. Volví a las barranqueras seguras y a los cotos libertarios. Escuché las paranoias de la razón. Me recordaron las esposas de la fe atea. Me dijeron que debía ser de alguien. El diálogo se volvió monólogo identitario.
Ella fue mi mito soleado en campos de blanco y azul. Busqué la antorcha enhiesta y solo vi su vómito negro y ondulado. No resonaron los poetas, los vates, los mercenarios del placer. Me comprometí con el reproche ajeno. Tutelé la derrota del que vive en sociedad.

viernes, 22 de mayo de 2009

Francisco (p)

Francisco es un retrasado mental de Calatayud, tierno, cariñoso y que escucha. Lo conocí ayer, después de bastante alcohol y de un enfrentamiento con la autoridad. Le preocupaba mucho mi edad, pero sobre todo me sonreía. Vi las caras de hartazgo de mis cachorros. Le gustan las mujeres y no se puede controlar. Escuchó mis palabras con arrobo y atención como el más atento de mis alumnos.
Paseamos por ese pueblo que algunos construyen infame cogidos del hombro. Me guió hasta mi coche y me pidió una vuelta. Vi las caras burlonas de seres inhumanos cuando entré a comprar tabaco en un bar. Me hacía caso. Era pacífico, tierno y sabía esperar. Me habló de su amor por una chica. Sonreía con cara franca y decía que sí a todas mis recomendaciones. No creo que las cumpla. Seguirá persiguiendo chicas y siendo inconveniente.
Sufrí la crueldad de unas descerebradas que lo llamaron para burlarse. Es el tonto del pueblo. Me atendió, no fue a su llamada y esperó pacientemente a que yo terminara de insultarlas. Nos fumamos un cigarro y hablamos de nuestras cosas. Me preguntó una vez más la edad y fue feliz porque iba a montarse en mi coche. Aquellas inhumanas pretendían insultarnos por mi homosexualidad manifiesta, por ser solo persona con Francisco.
Lo llevé donde me dijo.Prometió visitarme el lunes en el instituto. Él quería venir a las dos. Le convencí para que viniera a las doce. Nos llamamos guapos con cariño y apretó mi mano con intensidad cuando se bajó del coche. Creo que sentimos parecido.
No seguirá mis consejos ni vendrá a verme el lunes, pero por unos instantes fuimos felices. Me sentí más lleno que en una conversación pseudocientífica. Lo vi marcharse poniéndose los auriculares que tanto le gustaban.
Conduje mi coche algo borracho en el viaje de vuelta. La autovía no se movía. Fui feliz esa noche con mis alumnos y con Francisco.
Ellos también son Calatayud pero solo puedo sentir asco por ese pueblo.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Dedicado a nosotros

Es perverso pensar, sufrir por la madre cuando el que se puede morir es tu hermano. Inevitable que el primer pensamiento, la primera llamada sea para ella. Inevitable que todos los esfuerzos sean calmarla, pensar en él lo menos posible: dos hijos muertos y dos demasiado mortales. Inevitable pero perverso.
No querría volver a recordarle que quien se puede morir no es ella. No sé lo que siente una madre, nunca lo sabré. Sí sé lo que es sentirse al borde la muerte, gritar que tu dolor es lo único, lo más importante para ti. Es duro sentirte solo un apéndice, que te hagan sentir que su dolor es cósmico y que de alguna manera tú eres el culpable. Querría haberla abrazado y solo llorar. No fue posible.
No he hablado nunca de mi mortalidad con mi hermano. Querría llorar con él y olvidarnos de que somos el cuarto y el quinto hijos destinados a lo de todos, abrazarme a él para sentirnos seres libres e independientes ante la muerte.
A cada rato me salen lágrimas sin querer. No son liberadoras. Surgen del fracaso, de la pérdida de la inocencia una vez más.
Querría instalarme en la ignorancia en un mundo solo de abrazos.

domingo, 17 de mayo de 2009

Fútbol y nación


Fue divertida la explosión nacionalista en esta última copa del rey: antimonárquicos, antiespañoles y sonoras pitadas ante veintidós cuerpos gloriosos. Dejando al margen cuestiones menores como el respeto (como rey, Juan Carlos no me merece ninguno, como persona me resulta simpático) y la conveniencia (prefiero el himno soviético y la bandera de Brasil, me son más estéticas), imaginaba a furibundos nacionalistas españoles, vascos y catalanes luchando por destrozar sus himnos, banderas y sus testoterónicas gargantas.
Hice una pequeña encuesta sobre si el himno pagaba pensiones y para mi sorpresa las respuestas eran caras descompuestas con referencias mesetarias. Solo puedo imaginar mi nación favorita llena de futbolistas sin camiseta a mis pies deseando orgías sexuales sin límite.
Odio las naciones, señoras a las que no me han presentado, presididas por señores que me dicen lo que debo sentir si no quiero ser malo. Adoro las leyes que convierten un terreno en hogar de ciudadanos con derechos. Quiero discutir sobre si debo trabajar sesenta o veinticinco horas, si los señores con sotana son mejores que yo o si el bárbaro del Vaticano merece ser persona non grata en cualquier país civilizado.
Adoro los cuerpos contundentes de los vascos, los culos duros de los catalanes, los paquetes rebosantes de los españoles, los torsos fibrados italianos, los músculos alemanes, los pectorales sensuales cubanos y los biceps de un moreno brasileño. Follaría con ellos a cualquier hora, me sumiría en largos efluvios con rabos y vodka y solo pediría un traductor para que nos viera gozar.
Mi imaginario nacionalista se reduce a una manifestación de hombres perfectos ataviados solo con banderas blancas que marquen sus atributos.
¡Qué oportunidad perdida para reírse de ikurriñas, senyeras, senyales reales y rojigualdas ridículas! Cuando un joven potente penetre mi virilidad orgullosa, me acordaré de vosotros y gritaré en el orgasmo salvaje: ¡viva tu polla dura!

miércoles, 13 de mayo de 2009

John, 13 de mayo de 2009 (p)

Escuchaba a mi alumno John, ecuatoriano de 15 años recién llegado a España, no muy listo según dicen y con mucha cara según otros, hablar sobre la Metamorfosis de Kafka, sobre cómo se sentía Gregorio Samsa. Hablaba con su español quedo y muy bajito, vergonzoso a la vez por expresar sentimientos. Lo explicaba con un lenguaje sencillo y certero.
Tras pocos titubeos ha terminado identificándose, vomitando todo lo que le duele quizá por primera vez desde que llegó a España. Solo he podido sentir ternura y solo he podido pensar que aquel alumno presuntamente iletrado, había hecho uno de los comentarios litararios más vitales que se pueden hacer. Me ilusiona su sonrisa cuando entro en clase.
He pensado ya luego que mi odio visceral a la literatura juvenil era incluso suave y que el valor de la educación era eso: poner en contacto al hombre consigo mismo y los demás. Recordaba lo que supuso para mí : conocer cosas con las que disfrutar. Deseaba saber la verdad, la de todas las cosas. Disfrutaba leyendo cuanto más culto mejor. No discernía y sabía valorar poco, pero quería saber dónde estaba la grandeza de aquellos libros.
Pienso en John y en cómo ha hablado de literatura como un verdadero crítico, cómo ha querido seguir el hilo que le ha tendido el libro; cómo ha llegado a lo importante: su desarraigo, su familia, su soledad, sus proyectos, lo que siente.
No creo en los jueces que otorgan notas. Creo en un sistema que ponga en contacto al individuo con la libertad, con el derecho al placer, a la sabiduría, que le aleje de la naturaleza y sus leyes lo más posible.
Ojalá las aulas sirvieran para crear pequeños reductos donde pensar, sentir, oír cosas que te hacen sentir mejor, que te hacen ser mejor; pequeñas burbujas donde solo importe hablar.