miércoles, 20 de mayo de 2009

Dedicado a nosotros

Es perverso pensar, sufrir por la madre cuando el que se puede morir es tu hermano. Inevitable que el primer pensamiento, la primera llamada sea para ella. Inevitable que todos los esfuerzos sean calmarla, pensar en él lo menos posible: dos hijos muertos y dos demasiado mortales. Inevitable pero perverso.
No querría volver a recordarle que quien se puede morir no es ella. No sé lo que siente una madre, nunca lo sabré. Sí sé lo que es sentirse al borde la muerte, gritar que tu dolor es lo único, lo más importante para ti. Es duro sentirte solo un apéndice, que te hagan sentir que su dolor es cósmico y que de alguna manera tú eres el culpable. Querría haberla abrazado y solo llorar. No fue posible.
No he hablado nunca de mi mortalidad con mi hermano. Querría llorar con él y olvidarnos de que somos el cuarto y el quinto hijos destinados a lo de todos, abrazarme a él para sentirnos seres libres e independientes ante la muerte.
A cada rato me salen lágrimas sin querer. No son liberadoras. Surgen del fracaso, de la pérdida de la inocencia una vez más.
Querría instalarme en la ignorancia en un mundo solo de abrazos.

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