miércoles, 13 de mayo de 2009

John, 13 de mayo de 2009 (p)

Escuchaba a mi alumno John, ecuatoriano de 15 años recién llegado a España, no muy listo según dicen y con mucha cara según otros, hablar sobre la Metamorfosis de Kafka, sobre cómo se sentía Gregorio Samsa. Hablaba con su español quedo y muy bajito, vergonzoso a la vez por expresar sentimientos. Lo explicaba con un lenguaje sencillo y certero.
Tras pocos titubeos ha terminado identificándose, vomitando todo lo que le duele quizá por primera vez desde que llegó a España. Solo he podido sentir ternura y solo he podido pensar que aquel alumno presuntamente iletrado, había hecho uno de los comentarios litararios más vitales que se pueden hacer. Me ilusiona su sonrisa cuando entro en clase.
He pensado ya luego que mi odio visceral a la literatura juvenil era incluso suave y que el valor de la educación era eso: poner en contacto al hombre consigo mismo y los demás. Recordaba lo que supuso para mí : conocer cosas con las que disfrutar. Deseaba saber la verdad, la de todas las cosas. Disfrutaba leyendo cuanto más culto mejor. No discernía y sabía valorar poco, pero quería saber dónde estaba la grandeza de aquellos libros.
Pienso en John y en cómo ha hablado de literatura como un verdadero crítico, cómo ha querido seguir el hilo que le ha tendido el libro; cómo ha llegado a lo importante: su desarraigo, su familia, su soledad, sus proyectos, lo que siente.
No creo en los jueces que otorgan notas. Creo en un sistema que ponga en contacto al individuo con la libertad, con el derecho al placer, a la sabiduría, que le aleje de la naturaleza y sus leyes lo más posible.
Ojalá las aulas sirvieran para crear pequeños reductos donde pensar, sentir, oír cosas que te hacen sentir mejor, que te hacen ser mejor; pequeñas burbujas donde solo importe hablar.

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