domingo, 24 de mayo de 2009

Antonella

No sé cómo se generan los afectos, solo sé que duelen: las disimetrías, las desconfianzas, los distintos niveles del ego desolador. Da igual el discurso. Las palabras suelen convertirse en juegos desvastadores de poder. Cuando te piden que mires al otro te piden que te anules.
He acampado junto a los campos minados, he urdido trampas de bienestar, he mostrado la sonrisa perversa de la bondad. Ahora solo busco la soledad reparadora. No quiero cigarros compulsivos mientras alguien quiere ganarte, mientras alguien quiere hacerte rehén de su ego cadenario.
Desprecio las palabras libertad, compromiso, respeto cuando nacen de la garra comprensiva, esa que quiere convertirte en garfio mimético. Bebí de los labios de los seres orbiculares, pero sin desafiar a los dioses. Quiero fundirme en uno sin hilos de vuelta, quiero ser el monstruo que pasea buscando por Laberinto al otro que es igual a mí. Pero sé también que la mitología no se construye en la verdad.
Esa tarde la amé. Amé también todos los cuerpos que se me ofrecían sin reparos, aquellos sexos que caían seducidos uno tras otro por mis palabras. Ella me amó. Vestía su traje sacrificial y me alejé sin remedio. Fui Eneas odioso por creerme un dios. Elegí, erré y me fui por el camino de la gloria.
Recuerdo aquella caballera rubia, aquellas palabras trágicas embutidas en un pantalón ajustado, esas manos masculinas que quizá me reclamaban. Me escabullí de la excitación de sus torsos, pero solo la quise a ella. Volé en nuestra imaginación a los territorios del vos y deseé ser para siempre icono del saber y del sexo.
Solo hubo un beso, una cintura, un cuerpo rotundo amagado entre mis palabras como dardos. Convertí otra vez la vida en literatura indigna. Volví a las barranqueras seguras y a los cotos libertarios. Escuché las paranoias de la razón. Me recordaron las esposas de la fe atea. Me dijeron que debía ser de alguien. El diálogo se volvió monólogo identitario.
Ella fue mi mito soleado en campos de blanco y azul. Busqué la antorcha enhiesta y solo vi su vómito negro y ondulado. No resonaron los poetas, los vates, los mercenarios del placer. Me comprometí con el reproche ajeno. Tutelé la derrota del que vive en sociedad.

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