lunes, 1 de febrero de 2010

Burbujas de lo humano (p)

Me contaba Ítalo que es educado con sus clientes porque no le gusta cobrar por sexo. No sé si siente vergüenza por su profesión o siente pena por sí mismo pero cree que el cambio de placer por dinero pone a los dos en situación de desamparo. Mira la prostitución desde fuera y sabe ver al otro con dulzura, como si ese acto fuera ajeno a los dos.
En su vida no hay sordidez y ahora entiendo la frialdad de su sexo. Le solía preguntar si disfrutaba en la cama y si era real lo que su cuerpo expresaba. No mentían ninguno, ni su boca ni sus músculos. Goza, pero solo una parte.
Ítalo habla de libertad para ser, para existir mejor. Sabe que vive en un mundo de dinero y poder y quiere disfrutar y no pisar. Ofrece con el mismo gesto unas galletas de fibra y un trío con un cliente-que-está-bien. La moral se esponja cuando soy su sincero profesor, él paga con su cuerpo y ninguno de los dos daña al otro.
Me gustaría creer que miramos con la misma inocencia y perplejidad. Me gustaría saber que dañar poco es posible.

No hay comentarios: