lunes, 8 de febrero de 2010

Espejos cruzados

Quotidie perimus...

Quizá no encuentro la pulsión sexual placentera en los demás o quizá la edad traza sus propios caminos de retirada. En muchas ocasiones he sentido que el deseo era el único motor y que se incorporaba a mi vida como otra más de las múltiples adicciones. La apatía llega siempre al final y evita que tenga que acudir a desenganchadores profesionales. El sexo ha sido y es unión y placer con el mundo aunque su tiranía y la de sus portadores me suman demasiadas veces en el hastío y la desesperanza.
Leía en Buñuel que la vejez fue deseable porque ya no tenía el amo cruel del deseo sexual. A veces he esperado que llegara ese tiempo para no sentir y he ansiado que, como todo, estuviera bajo el control de mi improvisación. Ahora mantengo una distancia cómoda, que me tiene todavía atado a las páginas de promesas y cuerpos impúdicos. La mayoría de las veces es la rutina quien gobierna, la atadura no gastada a un futuro mejor de miembros que sonríen y hablan en mi cocina. Otras busco todavía experimentar siendo el objeto más deseado. Pero las mayores búsquedas son solo para participar en el podio de los números, de las hazañas.
Pocas veces descubro en un nuevo cuerpo o en un profundo orgasmo la razón para que se repita mañana. Sin embargo, sigo ordenando mi casa, renovando mis muebles, rasurando mi torso cuando alguien, que solo me miró para el placer, está a punto de llamar a mi timbre.

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