jueves, 22 de abril de 2010

Yocasta


A todas las yocastas que, como a mí, les enseñaron el amor familiar malsano

Edipó mató al rey cuando se le puso en su camino. Libró a la comunidad de la Esfinge. Recibió la mano de Yocasta. Tuvo hijos con ella. Reinó como un gobernante justo y un amante esposo. Inició la investigación de su pasado y conoció su crimen ajeno. Se quitó la vista y se convirtió en farmakós de los que nunca quiseron saber. Su salida fue el exilio acompañado de su culpa interior y exterior.
Yocasta se suicidó porque se hizo visible su amor, porque la coartada de la familia era ya solo la burla del destino, porque la sustitución del amor conyugal por el amor maternal no era perfectamente oculta, porque ya todos sabían sin ambages lo que todas las yocastas ocultan a sus hijos.
No siento ya culpa por no haber querido ser Edipo y la Fortuna conquistada me otorgó no ser un Layo ausente. La libertad me construye máscaras que me hacen más persona. No quiero chantajes emocionales ni busco rescribir mi pasado. Los vínculos se rompieron hace tiempo porque casi todos necesitan manejar al niño del que se enamoraron.
Descubrir la verdad es siempre doloroso aunque necesario. Repetir lo que ya no se ama, innecesario. No he instalado la dureza en mi corazón. Sé lo que fui pero también lo que otros fueron. No quiero explicaciones, no las necesito, solo la igualdad que caldea mi mente tranquila. Siento que las palabras en libertad causen dolor en quien quiere vivir en la dictadura de lo propio, porque sé que un día fui lo que otro nunca fue.
A mí, como a todos los Edipos que nos construyeron, solo me queda la huida interior para no convertirme en farmakós de su desatino.

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