miércoles, 13 de agosto de 2008

Aprender lo desaprendido

Es difícil esperar al otro con la mirada abierta. Esperar y no convertirte en un esclavo de sus silencios, de sus voluntades, tener decisión propia. Es difícil al menos para mí. No molestar, comprender, dar igual tus voluntades, dominar el frágil equilibrio de las relaciones. Enciendo un cigarro para calmar la adicción a las presencias humanas. Nunca he sabido muy bien quién estaba delante, quién debía marcar el juego y he pasado de mano en mano siempre temeroso de no ser lo que los demás esperaban de mí.
He marcado los lugares y presencias con el olor del otro. El mío ha sido secundario. Nunca he entendido muy bien la maldad del que abusa, del que sabe que domina y utiliza. Comprendo la maldad por torpeza, por desidia, pero no la ontológica. Soy ajeno a la manipulación. No quiero restringir la libertad de los demás. Prefiero la lucha, igualitaria, sincera.
Sigo como el niño que aprende cómo son las relaciones entre los de su especie. Nunca me costó acercarme a los animales. Saben que no los voy a dañar. Es así de sencillo. No tengo miedos, solo dificultades para saber dónde está el otro.
Pero no consigo que no me duelan los desplantes, las mentiras. No consigo entender que no se respeten las reglas: me gustas, te gusto, nos desnudamos. No quiero todo el interior, todos los miedos, todas las esencias. Quiero solo una sonrisa real en un pacto de mentiras.

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