viernes, 10 de abril de 2009

Días de lluvia (hymn to him)

"Se me dice: ese tipo de amor no es viable. Pero, ¿cómo evaluar la viabilidad? ¿Por qué lo que es viable es un Bien? ¿Por qué durar es mejor que arder?" R. Barthes. Fragmentos de un discurso amoroso

Sin duda es mejor arder, aunque la única salida sea la soledad. Han pasado días de enfermedades, males menores y reencuentros con nadie, ni siquiera conmigo mismo. Necesitaba reposar los sentimientos, recolocar todo en su justa medida, que es la mía. Apelo siempre a la sagrada libertad, a la autonomía más pura, aunque sea dolorosa. Pero no dejo de sentirme como un gato que ronronea en busca de un dueño que le deje compartir su dignidad destruida.
Aires de suficiencia me acompañan, es uno de los pocos aprendizajes vitales que reconozco. No me fascina la vida del eremita, quizá sí la del exiliado interior. Me preguntaron una vez qué me había hechizado de ese hombre. No sé qué contesté, ni siquiera si contesté más allá de la única verdad: me atraía. Fui parco en palabras, en gestos.
¿Era posible desnudarse una vez más, quedarse a merced del otro, entregar un caramelo del que solo puedes poseer el envoltorio? Las cervezas seguían su camino y yo el mío. Me he acostumbrado a querer sin esperar nada a cambio. No es un tópico. Procuro decir la verdad, aunque esta me haga daño. No sé por qué no pude articular el discurso en la realidad soñada. Quizá porque nunca los ajenos cumplen mis guiones.
Quise decir que me abrió una nueva vida, que como tantos amores me hizo mejor. Gracias a él he podido renovar mi mirada ante el espejo, he aprendido cómo vivirme mejor. Siempre necesité profesores de vida unidos a mí por una cierta cara del amor. Quizá siempre necesité adorar, como lo hace mi gato cuando se retira cansado de maullidos que no obtienen respuesta.
La lluvia no me produce melancolía. Ordena pensamientos y sentimientos. Pude reír con él y pensar, besar, tocar y entrar en las fauces de una sensualidad virginal. Claro que he deseado sexo, ternura, viajes idílicos, conversaciones amorosas sin límite, pero creí como Kavafis que Ítaca no era mi destino.
He recorrido miles de veces las cosas que quise decir y no dije. No tengo todavía las palabras porque todo sonaría a acabado, desgastado. No quiero creer en los puntos de inflexión. Tras ellos suele venir la derrota o el aburrimiento. Podría decir aquello de con su presencia ya todo vale. No, son sus gestos, sus palabras, su sabiduría tallada a dentelladas, su integridad a la medida de cien vaivenes. Fascinación, hechizo y el abrazo de dos cuerpos.
Ahora me retiro un paso atrás, miro su foto colgada y sueño con sus palabras aladas, con la cólera del Pélida Aquiles cantada por la diosa. No he pecado de hybris, sino de intentar vivir: me enamoré del que era conveniente.


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