domingo, 27 de septiembre de 2009

Batallas de la nada


Con Kuro aprendí "primero calmar, luego curar". Sus batallas, como todas las de los nacionalismos, son estúpidas, instintivas, de iguales pretenciosos. Nadie le va a quitar su territorio porque su territorio no existe. Su cuerpo y su pelo crecen, su aullido se hace profundo, interminable y sus movimientos lentos, elegantes y trágicos a la vez.
Kuro y su oponente, el Negrito Malo, mantienen su ficción de independencia felina. Otean sus territorios de la nada sin poder compartir un rayo de sol. Luego Kuro regresa lloroso, cojea, hace ostensibles sus heridas y cierra cualquier posibilidad de comunicación. Solo desea que su gigante humano lo calme, que vuelva a su papel de madre acogedora, de seguridad impenetrable en su casa fortín.
Las literaturas gatunas varias dicen que su percepción es la de dejarte compartir su casa. Sospecho que Kuro sabe que está en mis posesiones. Es cuidadoso con lo mío, salvo cuando quiere hacerme partícipe de sus juegos. Busca vibraciones de bienestar, de vida sin miedo y el tiempo tozudo lo va instalando en la confianza.
Nunca entendí las luchas humanas por poseer sin compartir, las batallas que destruyen para crear, los aullidos atávicos que solo reclaman sangre. Cuando veo a Kuro lamiendo mi brazo y compartiendo caricias sin más objeto que el placer, maldigo el instinto ciego de la posesión que provoca batallas por la nada.

No hay comentarios: