martes, 29 de septiembre de 2009

Javi P. (p)

Odio la exhibición de la dureza, el desprecio por el que sufre, por el diferente. Odio a los que no se conmueven ante la fragilidad, ante la debilidad aunque sea salvaje. No mitiga el desprecio pensar en sus miedos, sus inseguridades, su falta de pasión en las relaciones humanas, su sentimiento de fracaso.
Me repugnan los analistas de lo ajeno que no saben palpar sus miserias, que no pueden sentir que todos en algún momento hemos vivido el pánico de ser. Les vomitaría cuando no muestran ni una mueca de dolor ante los desvalidos, sean adolescentes, gatos o iguales perdidos. Respetaría su huida, su retirada del mundo, su reconocimiento del fracaso, su incredulidad ante el bien, pero nunca sus llamas cargadas de palabras.
Despierto cada mañana sin energías, a veces con el estómago cerrado y con un nudo que me retiene a la cama. He sufrido por ser el monstruo y mostrar la máxima alegría siempre.
Me enseñaron a odiar, pero nunca quise.

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