miércoles, 31 de marzo de 2010

Regalos de despedida


El cliente llegó a su destino. Hacía un mes que no lo veía. Casi todo se había derrumbado: las clases, la incipiente relación y, sobre todo, la posibilidad de un futuro. Solo quedaba el sexo como relación mercantil y su cuerpo todavía deseado. El ritual de espera se hizo más corto que en otras ocasiones. El cliente ya sabía de esas tácticas dilatorias y potenciadoras del deseo.
En medio de la desolación que produce un cuerpo alquilado para el placer surgió un instante de paréntesis. Solo dijo "¿blanco o negro?" El cliente dijo blanco sin pensar, sin entender nada, aturdido por la mezcla de deseo y abatimiento y por la maría fumada hacía media hora. Y él apareció con el regalo de despedida, unos boxers blancos de calvin klein.
Luego el sexo intenso al que solo le faltaban las palabras para ser sexo de enamorados, interrupciones de otros clientes y los restos del alcohol y el popper. Su cuerpo seguía siendo una masa de músculos del corazón. Las explicaciones llegaron: los celos del novio, el no querer dar razones, la promesa inconcreta.
El cliente salió de aquella casa cansado, sobrepasado por la edad, pero feliz de controlar su vida. Anduvo, se mareó y consumió una vez más libros complusivos. Estuvo a punto de perder el conocimiento y renunció a la apatía vital.

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