lunes, 12 de octubre de 2009

15 euros de soledad (mp)

Solo tolero las manifestaciones colectivas de alegría cuando tras de ellas hay una promesa de sexo compartido sin pudor. El paso de año o la víspera de la gran fiesta solo tienen sentido en la esperanza de encontrar un brazo borracho de sexo e irrealidad que te quiere poseer con una sonrisa en la boca y la promesa de no ser nada mañana.
Las grandes celebraciones comunales, familiares e incluso amicales no quieren compartir momentos de felicidad sino adecentar el traje del compromiso y recordarte las cláusulas de tu dicha social. Esconderte de los afines, sentarte solo en una terraza son actos de deserción. Los felices acompañados de disfraces igualitarios te miran como a un farmakós digno de conmiseración, cuando no de recelo declarado. Su excitación se potencia cuando tu cara es de placidez arrogante, de desprecio a compartir.
Voy construyendo mi distante mirada con la perspectiva solo de la pasión. Busco la conmoción en las conversaciones, los abrazos, el sexo sin palabras. Miento con la esperanza de causar el menor daño posible. Me alejo de los oficiales que me quieren por hastío y decisión.
Quiero hacer sin dolor, quiero compartir en la lejanía, romper para siempre con cualquier vínculo que no sea el contrato igualitario de dos.
He sentido tristeza al volver solo a casa y pensar en sus caras defraudadas. He podido esconderme en la calle, leer, soñar con los pectorales del camarero, pensar solo en mí y en mis juegos mentales.
Pero sigo fantaseando con que entiendan mis desnudos con sexo y humos, mi necesidad de ausencia, mi ansia de libertad también para ellos. Sigo queriéndolos como un apéndice del pasado que por momentos se hace presente.
Querría conocer los límites de la autoafirmación y la locura. Me conformo con soportar la condena social.

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