domingo, 18 de octubre de 2009

Introducción (II)

Pero ahí estaba la maleta abierta, la vecina gritando como una loca a sus pobres niñas y yo en medio de todos. Me hubiera quedado en mi casa una vez más, llorando por lo que tuve, sin ganas de ser otra vez y consolándome porque esta vez habían sido cinco horas de euforia. La hice finalmente sin mucha convicción: preservativos, lubricante, ropa variada, una guía, cámara digital, cuaderno de notas.
Al día siguiente nada había mejorado. Todo estaba empaquetado, previsto: los billetes en su sitio, la dirección correcta. Pero tenía que exhibir una agradable sonrisa: me iba de vacaciones con dinero fresco a la ciudad sin leyes para la moral al uso. En aquel momento envidiaba a mis amigos que se quedaban trabajando en la ciudad paleta, no tenían que disimular, ni asumir grandes retos, no estaban solos, tenían su trabajo de mierda a pesar de ser julio y ninguna expectativa de descanso estival. Yo era para ellos el afortunado funcionario con una vida de lujo y el dinero siempre escaso; para mí todo era un guión en blanco que tenía que inventar.

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