domingo, 18 de octubre de 2009

Introducción (III)

Del viaje en autobús no recuerdo nada, solo que me sentí bien entre tanto inmigrante que, como yo, ponía cara de que le habían vendido una tierra de promisión que solo le insultaba y explotaba aunque le diera la posibilidad de otra vida. En eso estábamos igual, nos habían vendido que los viajes curan los males del alma y del cuerpo.

Luego el vuelo. Una dulce compañera de asiento se empeñó en hacérmelo agradable y pude fantasear con nuevos amantes y vidas. Estaba ya casi en Amsterdam y no sentía nada, solo que esa misma tarde había quedado con un hispano para sesión inaugural de sexo y no nada parecía tener remedio.

Creo que me hubiera ido bien de protestante; como católico no estaba mal: buena dosis de sentimiento de culpa, productividad razonable, miedo a la novedad y la confesión interior como modelo de supervivencia. Si a eso le hubiera añadido el éxito social como marca de salvación, en esos momentos sería catedrático en una universidad de prestigio ligando con jovencitos fascinados por mi sabiduría: lástima de haber nacido en el sur y descubrir que las borracheras calman más que las prédicas senequistas. Así que me había quedado en proyecto de sabio, siempre con un montón de libros fundamentales por leer, pero con la habilidad necesaria para parecer moderadamente culto.

No hay comentarios: